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¿Gratitud a través de la carencia o de la elección?

Durante nueve meses de mi vida me bañé con agua fría. Cada vez que me bañaba pensaba en el ​​privilegio que había tenido toda mi vida y el cual había dado por hecho. Soñaba con el día que nuevamente me bañaría con agua caliente, en cómo mi cuerpo respondería como responde a los masajes: relajándose en vez de titiritar.


Aún puedo recordar mi primer baño de agua caliente después de esos largos meses viajando de mochila en Asia. Fue en el departamento de mi primo en Nueva York. Recuerdo oler las toallas, disfrutar la belleza de la limpieza del baño y sentir el agua caliente correr por mi cuerpo, pero sobretodo la profunda gratitud. Lo que también recuerdo es que no volví a sentir esa gratitud al bañarme de ahí en adelante.

Actualmente tengo dos porteros en mi condominio. Uno es un malencarado conmigo y el otro es un amor. Obviamente me molesta la presencia del malencarado. Me enfurece verlo interactuar con los demás caseros y notar el trato tan distinto que tiene conmigo. Son dos porteros, los dos opuestos y lo sorprendente es que así como uno me arruina el día,

la actitud amorosa del otro lo paso casi desapercibido. Si uno me arruina el día, ¿no debería el otro iluminármelo? No lo hace. ¿Me entiendes? Puedo usar al malencarado como excusa para estar molesta toda la mañana, como si alguien me hubiera prometido que el deber del malencarado era hacerme sentir bien, entonces cuando no lo hace me altero. En cambio las acciones del otro portero no me iluminan la vida, lo doy por hecho, como si alguien me hubiera prometido que así debía ser, entonces cuando me trata amigablemente no lo tomo como una bendición, como un regalo que me está extendiendo, sino que asumo que así debería de ser y eso, justamente eso, es lo que bloquea mi gratitud. ¿Cuál fue la diferencia entre la primera y la segunda semana que me bañé con agua caliente después del largo periodo de agua fría? Todo fue lo mismo, incluso el baño y las toallas, lo único que cambió es que la primera no la di por hecho y la segunda sí. La primera semana sentí una infinita gratitud y la segunda ya no. Es lo mismo con los porteros. Doy por sentado que me tienen que tratar amablemente, por lo tanto el que me trate bien lo doy por hecho, no le regalo mi mañana de gratitud. En cambio el segundo, como asumo que me debe de tratar amablemente le regalo toda mi mañana.

¿Qué tal si le diera tanta energía a lo positivo como le doy a lo negativo?



Mi gratitud ante la vida es algo que no depende de mi exterior. La gratitud de mi mañana no depende de mi portero malencarado, sino de mi capacidad de ver cada momento como algo nuevo, de mi decisión de qué perspectiva decido tomar ante las cosas y de mi capacidad de adaptación y flexibilidad.​​ Tal vez no necesito nueve meses de frío para agradecer y disfrutar el baño caliente. Hay dos vías para la gratitud: desde la escasez o el poner en practicar la elección de no dar las cosas por hecho.






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