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La danza conmigo misma


Mi ceremonia de abundancia de cada mañana es el momento en el que me volteo a ver internamente y reconozco que lo que necesito está dentro de mí. Cuando entro en olvido, me olvido de quien soy, me olvido que dentro de mí existe un silencio, un espacio intuitivo, reflexivo que sabe exactamente qué necesito dejar ir para poder entrar más plenamente en mí, en mi poder, en mi amor y a través de él entrar en el amor universal que siempre ha estado disponible y siempre lo estará.


Cada vez que desesperadamente necesito que alguien actúe, haga o sea de cierta forma es porque me he desconectado de mí y por ende me he desconectado del amor universal. Necesitar que los demás me aprueben, necesitar tener el cuerpo de cierta forma, necesitar que mi pareja haga… Cuando entro en este "necesitar" estoy viviéndome desde un espacio donde no estoy yo dándome y por lo tanto reclamo al exterior lo que yo no he priorizado. Yo no me he priorizado y por lo tanto necesito que los demás me prioricen.


Yo puedo aprobarme y desde ahí invitar a los demás a verme suficiente o cuando necesito algo de mi pareja puedo preguntarme si yo me estoy dando a mí tanto como le estoy reclamando al otre que me dé.


Las meditaciones, las ceremonias, las artes, todo esto está hecho para que yo conecte con mi abundancia, con mi espíritu, pero si no me atiendo, si no me reconozco, si entro a una meditación queriendo "arreglar" algo en vez de intimar conmigo, conocerme y descubrirme a mí, a mi poder, a mi abundancia, a mi amor individual y a través de él conectar con el amor universal, no habrá meditación, no habrá ceremonia, no habrá nada que me podrá sacar de mi escasez porque para vivirme desde mi ser espiritual necesito primero permitirme construir una relación intima conmigo, con el ser espiritual que soy. Para que el mundo me vea, primero me tengo que ver yo misma. Para que el mundo me atienda, necesito atenderme primero yo misma. Para que el mundo me dé, primero necesito darme yo misma. Esas son las puertas a mi abundancia. Esas son las puertas a mi yo espiritual.


Impulsada por el hartazgo del olvido, comprometida a reencontrarme conmigo prendo una vela en el silencio de la mañana, en ese momento cuando estoy entre despierta y entre dormida, mantengo el silencio, abro mi cuaderno de oración y reconozco las fotografías de los y las maestras que tengo en el altar. Veo la pequeña estatua de Buda y la de Kwan Yin y me reconozco abrazada por algo mucho más grande que yo. Mantengo el silencio y cierro los ojos colocando mis manos en el primer chakra y observo la luz roja que me ancla, veo que tan fuerte o clara está, trabajo con ella. Me muevo a mi siguiente chakra y lo observo, observo su fuerza o su debilidad y le doy. Pongo mis manos en mi tercer chakra, conozco ese espacio de miedo que a veces me visita y se posa en mi plexo solar. Lo observo en silencio, sin juicio y poco a poco se va porque yo me hago presente. Al yo hacerme presente, hago a Dios presente. Dios sólo puede hacer por mí lo que puede hacer a través mío y sólo puede hacer a través mío cuando yo me presento conmigo.

Coloco mis manos en mi corazón. Perdonar es soltar la herida para yo poderme vivir en paz; la herida sólo me lastima a mí, la herida no hace justicia, no equilibra ni balancea, perdono... la suelto. Esa mañana como todas las próximas mañanas libero a mi psique de las limitaciones. Paso a mi garganta y observo mis palabras, mis juicios y nuevamente mis miedos, lo observo y desde mi presencia accedo el amor universal con la visión de que el mismo amor universal toca e ilumina la oscuridad que vive dentro de mí. Pongo mis manos en mi tercer ojo y danzo en la gracia de reconocer que soy única y que soy una cualidad única que es parte del ecosistema, reconociendo que mi ser da de sí y ese es mi regalo. Pongo mis manos en mi coronilla y luego las abro como si me coronara y desde ahí reconozco que mis guías, que Dios y la Diosa, que el amor universal existen y son más grandes que yo, más expansivos que yo y me entrego a Ello, me entrego al abrazo.


Cuando entro en el silencio y me priorizo, cultivo un espacio de ceremonia dentro de mí y es así como me vivo desde la abundancia, desde el reconocer que lo que necesito reside dentro de mí.



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